Fotografía de Javier Sánchez Sáez (Vitoria-Gasteiz)
Tejiendo redes,
ropitas para los chiquillos,
ajuares virginales
para las hijas casaderas
fue pasando la vida.
Cada día la espalda más curvada,
las manos
cada vez
más destruídas.
Detrás de sus miradas,
igual que un mausoleo precintado,
se esconde la memoria.
El asiento de piedra
sostiene la vida desgastada,
la vida caprichosa
forjadora de sueños
y de tantas pesadillas.
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