jueves, 5 de noviembre de 2015

Ania y el sexo



La hermana de mi compañera de pupitre tenía parálisis cerebral. Se llamaba Ania y era un cuerpo sin alas atado a una inteligencia intacta.
Le costaba mucho hacerse entender, porque todas las palabras las decía con la lengua fuera de la boca.

Yo visitaba su casa a diario, para hacer los deberes con mi amiga.
Ambas nos hicimos inseparables en nuestros trece años, llenos de risas y confidencias.
Nos hacíamos mujeres a golpe de calendario.

Una tarde mi amiga se fue a comprar y me quedé sola con Ania. Ya me había adaptado a su lenguaje y nos entendíamos perfectamente.

De repente se me quedó mirando y me dijo que le metiera la mano por debajo del pantalón. Me lo pidió por favor, con una naturalidad pasmosa.

Aquello me descolocó tanto que hice que no le había entendido. Ella se señalaba el bajo vientre y suplicaba una y otra vez. Yo seguía haciéndome la tonta, con los ojos en el libro y el alma en el suelo.

En eso llegó su hermana. Yo estaba tan abochornada que la saqué de la habitación para decírselo.
Soltó una carcajada y me dijo que era normal, que ella por las noches la masturbaba porque la pobre no podía hacerlo, y era aquél un placer que Ania no podía perderse.

En un principio no supe qué pensar, pero al final acabó pareciéndome bien.

Cuando entramos le dije que no volviera a pedírmelo, y se puso a llorar como nunca he visto llorar a nadie.

 

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